martes, 13 de mayo de 2008

LA MÓNADA FURIOSA Y EL PRINCIPIO DE IMPERFECCIÓN

Leibniz murió olvidado. La pléyade de mónadas que constituían el efecto mágico de su sustancia decidió retirarse. Su incomunicabilidad, la ausencia de “ventanas” corrobora para la historia que entre ellas jamás se supieron formando parte de un ser humano tan singular. El mundo de Leibniz es sin duda la más asombrosa fábula que jamás he leído, la idea más inquietante que más cerca ha estado de lo insondable de las cosas: compuesto por una serie de monadas que solo se configuran y se reordenan en el ámbito relacional con mayor número de composibles en virtud del principio de perfección, el espacio y el tiempo desaparecen para dejarlo todo sin límites ni cercos, para vaciar al individuo de su más firme suelo. Pequeñas e inextensas mónadas que representan el mundo sin comunicarlo; un mundo que ha dejado de ser absoluto, para volverse párvula casualidad, infinita definición. Quizá el particular mundo de Leibniz sobreviva aún en sus pequeñas mónadas, que hoy, dispersas, habitan extraños cuerpos deformes, impenetrable acero o caótico tábano.

Ser como Leibniz; imaginar que un sin fin de partículas de fuerza, independientes, movidas por dios sabe que último afán, configuran la extraña ficción que aventuro ser; que el resto de relaciones determinan la que creo, firme, es mi identidad. Fantaseo con la idea de que el otro está dentro de mí como elemento esencial para que el mundo más perfecto ideado por dios bajo la obligación moral, no se desintegre y deje en evidencia lo enigmático y último de todo lo que nos rodea. Quizá yo también sea Leibniz y una mónada furiosa me haya jugado una mala pasada y me impida recordarme, imagino que el azar las uniera de nuevo, porque por definición la perfección no puede presumir de un número infinito de relaciones: quizá Spinoza fuera Leibniz y tan solo existiera una mónada, la divina, que jugara a generar sustancias que en última instancia desconocieran su particular esencia. Puede que todo no sea más que la trama de uno de los laberínticos pasajes de Borges y tú uno más de esos personajes que anhelan encontrarse obviando que no buscan a nadie.

A pesar de todo, si un niño me trajera hojas de hierba con las manos llenas, y me preguntara “¿Qué es la hierba?” me volvería amigable Whitman y respondería “no sé mejor que tú lo que es”, quizá porque deseo que Leibniz no este en lo cierto, quizá porque cada mañana trato de reconocerme en el espejo, quizá porque sueño con que el mundo cambie a través de los hombres y se haga mejor, quizá porque la democracia y la justicia precisan de la genialidad del poeta americano, de la ignorancia que otorga al individuo la capacidad de crear y recrear el tiempo, el espacio y la vida. Son las doce de la noche y hoy las mónadas no me han hecho matar a nadie, ojalá no sea el único que pueda presumir de lo mismo.

1 comentario:

Prometeo encadenado dijo...

Creo que a todos nos fascina la dualidad libertad/necesidad, como lo necesario se disfraza de libre y como la libertad pone en movimiento los engranajes de la necesidad.
Buen blog y magnifico verbo.