Patricia
S.Churchland (16 de julio de 1943) es una filósofa
canadiense-norteamericana que desarrolla su labor docente en la
Universidad de California y en el Instituto Salk, donde se ocupa de
biología y neurociencia. En su obra El cerebro moral: lo
que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad1
pretende mostrar la base
neuronal de la conducta moral del hombre, lo que puede englobarse
dentro de la disciplina llamada neurofilosofía. La obra parte de un
presupuesto central: los seres humanos somos sociales por naturaleza,
tal como defendieron en su momento Aristóteles, Hume y Darwin.
Este libro se puede sumar a los diferentes intentos llevados a cabo
por otros autores, para dotar a la naturaleza humana y a la moral de
un cierto fundamento biológico. Dichos autores son Marc D. Hauser2,
Steven Pinker3,
Debra Niehoff4,
Antonio Damasio, David Brooks5
y la contribución española de Camilo José Cela Conde y Francisco
Ayala en su libro Senderos de la evolución humana6;
en concreto, en el capítulo
titulado "La filogénesis de la moral" donde se abordan la
relación entre el altruismo genético y el moral, la evolución del
comportamiento moral, la coevolución genético-cultural, etc.
La
hipótesis central del libro de Churchland es que «la
moralidad se origina en la neurobiología del apego y en los vínculos
afectivos».
(Churchland 2012: 85) El objetivo secundario es mostrar que la
filosofía moral puede tener un fundamento tangible, material,
alejado de la mera opinión. Tras la declaración de intenciones de
la Introducción, la autora desarrolla sus planteamientos en los
siete capítulos restantes; en los cuales se parte desde la moral del
individuo, centrada en los valores y en su base cerebral, hasta
llegar a la religión; tratada como ejemplo de moral aplicada a una
colectividad y sustentada en la misma. De dicho recorrido podemos
concluir que para la autora la moral tiene un fundamento individual;
centrado en el cuidado de uno mismo en sus inicios; posteriormente en
el de la descendencia, y finalmente, en el resto.
Churchland afirma que, en primer término, el circuito neuronal del
sujeto se ocupa del cuidado de uno mismo. El sentimiento de
inseguridad por la descendencia genera apego a la misma, siendo éste
uno de los fundamentos neurológicos de la moral. En el segundo
capítulo la autora reconoce la dificultad de mostrar los cambios
géneticos relacionados con la conducta social y cognitiva, lo que
supone por ahora un límite a su investigación. En este capítulo, a
la pregunta de si la moralidad es algo exclusivo de los humanos, la
autora responde que los animales tienen moral, y que la ausencia de
lenguaje no lo impide.
En
el capítulo tercero se trata el cuidado de los demás; ya he
comentado que para la filósofa la moral comienza, en cierta forma,
por el cuidado de uno mismo, y que se extiende, en un primer término
a la descendencia, y posteriormente, a los demás. El cuidado de uno
mismo se hace en base a la homeostásis que es «el
proceso mediante el cual el medio interno del organismo se regula
para aproximarse al rango necesario para la supervivencia»
(Churchland 2012: 40) El origen de la empatía hacia los
descendientes es comportarnos como si ellos estuviesen en nuestro
circuito homeostático, es decir, como si formasen parte de nuestro
yo. Además, las hormonas, la dopamina, la oxitocina y la vasopresina
favorecen la cooperación, la protección de los otros y el apego a
la pareja; que formando una familia contribuye a reducir la
imprevisibilidad vital y la ansiedad asociada a la misma. Además de
estos factores, en la sociabilidad intervienen: la capacidad para
predecir los comportamientos propios y ajenos, y un sistema neural de
recompensas y castigos.
El
capítulo cuarto se centra en la cooperación y la confianza. La
oxitocina favorece la confianza e interviene en las tareas de la
mente cuando se ocupa de predecir las conductas. Por otra parte, la
reputación y los castigos a malhechores también son importantes
para establecer pautas de castigo y cooperación. También se puede
afirmar que el cuidado cooperativo de los hijos favorece una mayor
cooperación social. En el capítulo quinto Churchland se ocupa de la
importancia de los genes en el desarrollo cerebral y en la
determinación de la conducta. Pese a lo que muchos piensan; no puede
establecerse relación de un gen concreto con un comportamiento
determinado, debido a la pleiotropía de los genes. Por ello, con
mucho tiento, la autora se cuida de otorgar relevancia excesiva a los
genes respecto de la moral, pues, como ella misma reconoce; «los
genes son importantes en lo que somos, pero no sabemos en qué
medida»
(Churchland 2012: 125) Sobre la existencia de una posible moralidad
innata, concluye que no hay una base genética que limite nuestra
conducta a una forma concreta.
En el capítulo dedicado a las
habilidades sociales se tratan la corteza prefrontal, a la que se
otorga el origen de la inteligencia en la conducta social, y la
capacidad de imitación, que nos evita el proceso de ensayo-error.
Además, favorece la capacidad de atribuir estados mentales y, junto
con la empatía, parece tener cierta relación con las neuronas
espejo. Posteriormente trata las normas, donde se reflexiona sobre la
universalidad de la Regla de oro, y se repasan los planteamientos
morales de filósofos como Kant, Singer, Bentham o Moore. Churchland
reconoce que la crítica central a su libro es que se centra en el
ámbito descriptivo de la moral, en lo que el hombre es; dejando de
lado lo que para muchos es el centro de la moral, el deber ser, la
normatividad. Siguiendo a Hume, no se podría extraer el deber ser
del ser. La filósofa rechaza la falacia naturalista y los
planteamientos de Moore sobre la separación de valores y hechos
naturales.
El último capítulo lo dedica a
la relación entre moralidad y religión. Para Churchland la
moralidad es un «fenómeno natural con fundamento en la selección
natural, la neurobiología, moldeada por la ecología local y
modificada por los avances culturales». (Churchland 2012: 209) Por
ello reivindica el fundamento neurobiológico de la conciencia y
reconoce a la religión como fuente de principios morales, pero no
como fundamento de la moral, pues existen religiones sin Dios y ateos
con principios morales. La cultura crea instituciones para crear
confianza y la religión puede ejercer dicho papel en las relaciones
individuales y grupales.
El
libro de Patricia Churchland me parece un buen ejemplo de la
denominada Tercera cultura, impulsada por John Brockman en su libro
The third culture; en
el mismo se recoge la idea de C.P Snow en Las
dos culturas; donde
se defiende que la separación entre la cultura humanística y
científica es artificial y que debe ser superada por una tercera
cultura que una a ambas y las supere. Respecto al libro, podríamos
preguntarnos: ¿hay en el libro cierto equilibrio entre los elementos
biológicos y culturales, o predomina la biología por encima de la
cultura, mostrando un cierto determinismo biológico de la moral
humana? En mi opinión, se otorga demasiada relevancia a lo
biológico, o mejor dicho, se minusvalora la importancia de la
cultura y la sociedad en la moral humana.
La autora reconoce en la
Introducción y en otras partes del libro, las limitaciones de sus
planteamientos al no complementarlos con la cultura; entendiendo a
ésta como el pasado histórico, las instituciones humanas o la
cosmovisión de un grupo humano concreto. Por contra, sí reconoce la
relevancia del entorno ecológico para la moral.
A primera vista, los códigos
morales son tan diversos que se nos plantea muy difícil aceptar una
posible naturaleza moral universal común a todos los hombres. En el
libro se llega a plantear el debate sobre la existencia o no de esos
universales morales con base genética; esta hipótesis parece una
actualización de una de las premisas, ya refutada, del evolucionismo
antropológico: la unidad psíquica de la humanidad. Si existiesen
esos genes que fundamentan nuestra moral, lo que la filósofa
reconoce como difícil de demostrar debido a su pleiotropía,
podríamos plantearnos si podrían ser modificados por el entorno o
por prácticas culturales; tal como ocurre con la epigenética, y así
cambiar y evolucionar nuestra moral. Con ello se quiere decir que la
cultura no sólo puede determinar la moral; también podría cambiar
nuestros fundamentos biológicos de la misma, tal como ha ocurrido en
el pasado durante nuestra larga evolución.
Churchland
rechaza definir la moral pero sí se preocupa de tratar la existencia
de la misma en los animales; al respecto, Frans de Waal7
nos muestra que ciertos animales son morales, e incluso que tienen
sentido de la justicia -entendida como reciprocidad y equidad-
capacidad de restricción y de cooperación cuando ello no les
reporte beneficio, y altruismo, siempre que no se vean sometidos a
agresividad por los demás. Especialistas como Michael Tomasello
defienden que los primates superiores pueden leer la mente de los
otros.
El
libro que he tratado ofrece ciertos fundamentos biológicos de
nuestra conducta moral, pero ésta no puede quedar reducida a lo
biológico únicamente pues, en mi opinión, estamos determinados por
el entorno social en que vivimos. Richard Wilkinson8
nos muestra que las condiciones sociales afectan a nuestro cuerpo y a
nuestras expectativas vitales; la confianza y la cooperación, que
Churchland asocia a elementos como la oxitocina, para Wilkinson se
ven afectadas directamente por las desigualdades sociales. Ambos
coinciden en que la cooperación y la confianza nos hace más morales
y felices, pero con la tendencia biológica no basta cuando la
situación social las impide y no las fomenta, debido a la
desigualdad económica y social.
1
Patricia S. Churchland, El cerebro moral: lo que la neurociencia
nos cuenta sobre la moralidad. Barcelona,
Paidós, 2012.
2 Marc
D. Hauser, La mente moral: cómo la
naturaleza ha desarrollado nuestro sentido del bien y del mal.
Barcelona,
Paidós, 2008.
3 Steven
Pinker, La tabla rasa, el buen salvaje y el
fantasma en la máquina. Barcelona, Paidós,
2005.
4 Debra
Niehoff, Biología de la violencia.
Barcelona, Ariel, 2000.
5 Véase
la divertida e interesante conferencia de Brooks en:
<http://www.ted.com/talks/david_brooks_the_social_animal?language=en>
6 Camilo
José Cela Conde y Francisco Ayala, "La filogénesis de la
moral" en Senderos de la evolución
humana, Madrid,
Alianza Editorial, 2005.
7 Véase
la conferencia en TED:
8 Richard
Wilkinson, Las desigualdades perjudican:
jerarquías, salud y evolución humana. Barcelona,
Crítica, 2001. También es interesante su conferencia: