jueves, 17 de julio de 2008

FORMAS DE INMORTALIDAD

Ingrid Betancourt recuperó su mortalidad tras su insólito rescate. Recuperó de un segundo a otro la carnalidad y el tiempo. Volvió para sí la muerte, la recibió gustosa y la colocó de nuevo en el horizonte insondable de sus días. Es curioso como trabaja el tiempo a sus insospechadas víctimas. En la fábula de Borges el huidizo Homero había olvidado su inmortalidad, y creía ser el intempestivo Craso, el ingenioso William Standford, tal vez incluso, creyó ser el genial Borges, o el apasionado lector que, perplejo, fatigaba las palabras que cantaban su extraña historia. Aquiles sabía de la belleza efímera de sus actos y de la incapacidad divina para degustarla. Tal vez porque el ineludible final transformaba cada acto heroico en el único, cada segundo en el último. La posibilidad de morir ha vuelto humana a Ingrid, el vertiginoso mundo dará buena cuenta de ello.

Mas allá de la contingencia, sigue habiendo una cantidad ingente de inmortales, de olvidados que han perdido toda probabilidad de ser, de existir, de pertenecer al tiempo o a la historia, que en palabras de Marx solo comenzará cuando aquellos que la protagonizan lo hagan de manera libre. Las FARC, Videla, el malogrado comandante Fidel, todos han aportado su granito de arena para parar el tiempo, para hacerlo denso y gelatinoso. Todos son culpables de la mayor de las atrocidades que un ser humano puede padecer: la anónima eternidad.

Los familiares de los secuestrados por la guerrilla colombiana soportan esa extraña conciencia de vestir luto por alguien que no morirá jamás. Los cubanos han convertido sus días bajo la mano de Fidel en una extraña monotonía, en la repetición inagotable de una imposibilidad; han dejado de ser ciudadanos para convertirse en el engranaje operativo de un régimen alimentado por las vetustas consignas que apelan a la patria y la identifican con el sacrificio o la muerte. Una muerte sin nombre, anónima, como la de aquellos que lucharon en pos del comunismo en Angola, como la de aquellos mártires que convirtieron lo sagrado de sus vidas en un número en la estadística, en una visita con una oración programada en la memoria: “aquí tiene los restos de su hijo, murió luchando por la patria; el comunismo conmemorará su nombre…”.Pero no será así. Nadie los recordará, la vida de aquellos que los lloran es también una forma de atemporalidad, han perdido toda capacidad para cambiar las cosas, así como nosotros toda sensibilidad para entender su drama.

El tiempo, el maravilloso tiempo hijo primogénito de la libertad es mi consigna. Condeno todo aquello que lo paraliza, todo aquello que lo vuelve inmoral. Lloro la inmortalidad de los miles de sudaneses que jamás disfrutaron de historia, que jamás fueron parte activa de la discordia que la libertad genera, lamento en cada palabra lo apagado de los días de aquellos irakíes que han perdido ya la voz. Desprecio cualquier tipo de propaganda que ofrezca democracia enlatada al precio de la muerte burda, de la muerte genérica, la más hijadeputa de todas. Un mundo lleno de inmortales…. Es el olvido y no el recuerdo lo que vuelve sempiternos a los seres, lo que los ubica en el desencontrado limbo de la barbarie. Ojo avizor hermano, porque no se encuentra lejos ese lugar inhóspito del que hablo; vigila, porque no estamos exentos de padecerlo. Mi madre decía que si era un niño bueno iría al cielo…. Que extraña recompensa la de aquel que transforma lo único que fuiste capaz de hacer, en algo sin importancia