lunes, 30 de marzo de 2009

LA CIUDAD DE DIOS

Nos movemos jurídicamente bajo la amenaza constitucional del direccionismo. La solución al estado liberal de derecho decimonónico y su aberrante disolución del pueblo en el concepto histórico de nación así como de los derechos en la soberanía del estado, mantiene, en su síntesis de las dos revoluciones del siglo dieciocho, el germen del arbitrio. No siempre la síntesis es el final del proceso o su mejor formulación; en nuestro caso, la fusión de la constitución como norma de garantía (fórmula americana) y como norma de “dirección” (fórmula francesa), introduce el problema fundamental de quién debe poseer la responsabilidad de construir la trayectoria ideológica y operativa para el futuro y la paz social, y de quién controla dicho poder. Si bien la revolución americana y su historicismo de base no derivó en un proyecto para el futuro como en cambió si surgiría de las distintas interpretaciones de la revolución francesa y su estatalismo, aquella supo mantener la solidez social partiendo de el supuesto republicano cedido por Harrington (Pocock) de la virtud pública de la ciudadanía y de la tradición como control y equilibrio en lugar del Estado. Sin embargo, del lado continental, y en parte debido precisamente a la historia que nos subyace, la virtud pública ha aparecido siempre como una excepción (caso del mito de Venecia) y como un fin que tutelar, bien desde el Estado, bien desde la constitución misma.
Si Burke criticó a los franceses su intención de reconstruir racionalmente la sociedad partiendo de una especie de idealismo, platónico o cartesiano, que obviaba una textura social que no admitía semejante incisión en su cuerpo; Europa, ha mal seguido el camino de Paine, y ha pretendido defender los derechos naturales instituyendo jurídicamente una dirección a la forma del Estado, bien en el propio Estado con la idea de nación histórica o como en la actualidad con la obligatoriedad de dirigirnos a la paz, impedida de historia para asumir el modelo federalista capaz de unir a la costumbre y la tradición como estructura inamovible (Ancient constitution) el concepto individualista de derecho natural que elimina la posibilidad de la tiranía legislativa. El problema es que para Europa no existe una norma trascendente que sirva de garantía para el contenido de semejante obligación constitucional. No vale decir que la propia sociedad es el límite al modo medieval o que la propia nación entendida históricamente podría servir de freno pues su polarización en los partidos nacionales fue precisamente el detonante del deterioro de semejante utopía de unidad. ¿Cómo hacerlo entonces? Alguien en España empieza a tener una idea me temo. Si bien la política no puede movilizar la dirección pues siempre es sospechosa y facciosa, la ética sí puede hacerlo, y una entre todas ellas está aglutinando toda la fuerza “constituyente” para erigirse en legítimo sujeto capaz de exigir al poder modificaciones hasta acabar convirtiéndose en una especie de control constitucional y social con posibilidad de institucionalizarse. Si esta acción social se institucionalizara no se podría ya impedir socialmente como ocurriría en EEUU, sino mediante un enfrentamiento interno y una disolución de las garantías constitucionales, así que hay que cortarla de raíz o será demasiado tarde.
Aún desamparados constitucionalmente tenemos las herramientas de presión dentro de la educación misma. De hecho, la única vía de solución sería restituir lo que la historia y sus interpretes han gestionado de manera tan nefasta generando una conciencia ciudadana entendida de forma republicana como fundamento de la sociedad capaz de auto dirigirse en los asuntos del bienestar social; creando una ética democrática que parta de la defensa iusnaturalista de los derechos, pero que solo se disuelva en la garantía del equilibrio de poder y no en la asunción de la dirección por parte de la constitución. Amen de ser parcial, y lo es, lo único que se pretende es contrarrestar a la parte opuesta, esa que pretende imponer a la sociedad el camino cristiano de salvación a través de la presión ideológica y del desgaste continuo que impone sobre las instituciones y las decisiones gubernamentales. Repito, desamparados constitucionalmente solo podemos elaborar el control y el equilibrio sumando más facción y diluyendo la posibilidad de una institucionalización así como convirtiendo a la ciudadanía en esa institución virtual de control social para los ejercicios públicos de poder una vez esté equilibrada. Es la hora de poner freno a esa Ciudad de Dios agustiniana que se está gestando en la antesala del espacio público y que militante aguarda el momento clave para erigirse en el Pater de ese efecto colateral de la revolución francesa y por defecto de la visión negativa de la tradición feudal de garantizar el futuro, la paz y la “salvación” social. La teleología de algunos solo puede volverse mecanicismo con más teleología.

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